Junto con las conquistas sociales y los avances en la legislación de los derechos humanos, se observa un incremento de manifestaciones de violencia como formas fallidas de resolución de los conflictos humanos. En estos escenarios, la violencia se caracteriza por su efecto destructivo, buscando aniquilar a un objeto que se ha tornado amenazante. Se ejercen así conductas de dominio sobre el otro por un aumento de vivencias de vulnerabilidad del yo. A su vez, los estados como garantes de derechos se han debilitado, y contribuyen con ello al debilitamiento o resquebrajamiento del lazo social. Asistimos así al ejercicio de formas de desubjetivación de las personas, amenazando las formas simbólicas que las sociedades establecen para el enlace y la trama social con el semejante.
En este contexto, la vulnerabilidad en la infancia y la adolescencia no solo deben atribuirse a condiciones de pobreza y exclusión. Son también las lógicas de consumo de la sociedad y los efectos técnico-disciplinares que excluyen la singularidad las que ponen en riesgo la construcción de su subjetividad. Por ello se destaca y adopta el enfoque clínico de sus problemáticas, lo cual permite personalizar el sufrimiento psíquico y el malestar subjetivo.
